lunes, 16 de junio de 2008

La noche de los feos

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia. Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro. Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas. Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura. Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal. Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente. La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó. La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo. Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo. "¿Qué está pensando?", pregunté. Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma. "Un lugar común", dijo. "Tal para cual". Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo. "Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?" "Sí", dijo, todavía mirándome. "Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida." "Sí." Por primera vez no pudo sostener mi mirada. "Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo." "¿Algo cómo qué?" "Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad." Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas. "Prométame no tomarme como un chiflado." "Prometo." "La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?" "No." "¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?" Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata. "Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca." Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico. "Vamos", dijo.

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse. Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así ví su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron. En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso. Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas. Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra. Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

15 comentarios:

Incognita dijo...

Este es un texto doloroso,se podrian sacan miles de conclusiones pero en realidad solo una importante, el atropello de la imagen.
Porque a la gente se la juzga por su apariencia física?

Un beso

Filomena dijo...

Wow, esta historia me ha calado. Estos dos seres sumamente cínicos y desgraciados solo escondían un inmenso dolor. La sociedad los rechazaba pero ellos se despreciaban asi mismos.

Uno lo lee, muy crudo y cruel pero al final en una u otra ocasión también hemos juzgado. Nos hemos quedado mirando sin pudor las miserias de otros.

Unknown dijo...

una historia muy cruda, pero hasta cierto punto real...

Jok€r dijo...

Reggis: Muy doloroso, y triste pero muy real y contestando a tu pregunta... no lo se... ojala no sea asi Lo esencial es invisible a los ojos ... un beso
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Filomena: siempre se juzga mas alla de no querer... y mas cuando vemos algo distinto a nosotros... un beso
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Lin: si muy real, y muy linda es una de las que mas me gusta por eso la subi un beso nos leemos

Lulis*~ dijo...

que raro benedetti escribiendo semejantes cosas no?

;)

Fabiana dijo...

tristisima , y mas alla de las exageraciones, sumamente real. vamos hacia un mundo cada vez mas manejado por la imagen, y no se si hay retorno... es muy cruel.. no todos podemos encajar en los modelos establecidos como bellos... y hacen sentir que aquel que no cuadra, no sirve, cuesta mucho entender que hay muchas otras virtudes, valiosas y duraderas que no son la belleza... la belleza es efimera.. pero solo cuando uno es mas grande puede comprenderlo y darle el justo valor. a mi me encanto.. me emociono.. y me hizo reflexionar una vez mas sobre este tema...

Zeb dijo...

Es tan grosso mario...creo q sólo él tiene ese don para describir así estas situaciones...

Lástima que esté tan grande y se esté desmoronando su salud :o(

Abrazo!

Jok€r dijo...

Lulis: No se si raro, hay algunos cuentos mas de el que se pasan.... es un maestro un saludo lulis! te leo.
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Fabiana: Me alegro mucho que te alla gustado, y ademas que te alla echo reflexionar.
Es un gran cuento muy crudo y como decis real.
Ademas me gusto mucho tus palabras sobre los parametros de algo que no existe, un beso nos leemos.
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Zeb: Lo que va a quedar mas alla de todo son sus historias y su mirada hacia muchas cosas! Eso es algo que vale mucho!! un abrazo zeb nos leemos.

Emma dijo...

Mi conclución sería que hay una seguridad sin igual en las personas feas. Esa seguridad fue la que permitió que los dos se etudiaran sin esperar que el otro los viera de una forma falsa.
Igual, no hay nada peor que encontrar a una persona hermosa por fuera que sea una basura por dentro.

Agropatagonia.ar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
DNA OníricaMente dijo...

Hace mucho mucho que no paso por aca. muchisimas gracias por siempre pasar por mi humilde lugar... nos seguimos leyendo!!!!
besotes kerido

Jok€r dijo...

Emma: Comparto lo ultimo que decis no hay nada peor, que eso.
Con respecto al principio no puedo decirte que segfuridad tienen las personas feas, tambien depende de cada persona,,, un beso nos leemos!
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Dna: x nada, un beso nos leemos =)

Luna dijo...

Si la fealdad nos permitiese encontrar nuestra alma gemela, cuántos de nosotros preferiríamos ser feos y ser felices.

Jok€r dijo...

Lun: ja sobre todo ser felices y encontrar a nuestra alama gemela, lo lindo y lo feo no existe... un beso gracias por pasar

Anónimo dijo...

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