Cada vez que camino por las calles oscuras del domingo, casi lunes, miro el cielo azul con estrellas plateadas y me pregunto por qué razón estamos en este cosmos esferoidal.
Viendo pasar mi vida, pensando miles de cosas, cruzo varias cuadras para llegar a casa. “voy a ninguna parte”, digo, fatigado de andar sin encontrar respuesta a tonta pregunta. Cuestiono este mundo capitalista, tan hostil, tan misterioso. No pudiendo sacar conclusiones, me sumerjo en un mar de dudas. Pienso como de un día para el otro cambiamos la infancia hermosa pero efímera por un mundo lleno de responsabilidades.
Miro las calles llenas de cansancio y cierro la puerta del hall de la entrada.
Subo, entro en la casa silenciosa. En mi cuarto, todo está como lo dejé.
Espero que venga el sueño y, ya recostado en mi cama, siento a mi sombra descansando a mi lado, abandonada y presente.
Me resigno a soportar mis dudas, trato de convencerme que todo irá bien, que las cosas saldrán como quiero.
Cada domingo, no sé por que, al llegar las siete de la tarde, mi cabeza empieza a apagarse y me hundo en una melancolía atroz; siento que caigo y me impongo ánimos. No quiero darme por vencido.
Cuando voy a comer con mis amigos, el tiempo va pasando entre risas, reflexiones y cigarrillos y mi mente se aquieta, pero mis titubeos solo están aletargados, listos para despertar en cualquier momento.
Ya en la despedida, terminando el café y fumando el último cigarrillo salgo ala calle y percibo la noche como de cristal. Imagino que se hace añicos. Ya es lunes otra vez, empieza la rutina. Cuando despierte, en pocas horas habrá empezado definitivamente una nueva semana y ya tengo ganas de que sea sábado otra vez, o por que no domingo.
Jok€r